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El Roto |
En los regímenes totalitarios todo es público y nadie es un individuo privado, porque en todo momento el Estado les tiene reducidos a todos a la condición de don nadie, pero lo que realmente ocurre es que nada es en rigor público, ya que todo es propiedad privada del egócrata (cuya privacidad no tiene más límites que los del propio Estado, y por ese motivo alcanza dimensiones psicopatológicas y se encuentra a cada instante a punto de estallar debido a su crecimiento monstruoso). Allí donde todo es público nada lo es en realidad, como allí donde todo es privado tampoco lo es en realidad, y la condición en la que así se desenvuelve la vida de los hombres coincide con lo que Hobbeshabría llamado “estado de naturaleza”, es decir, estado de guerra de todos contra todos, aunque bien sabemos que el déspota posee poderosos medios de fuerza orientados a impedir que otros desafíen su poder.
La dependencia de lo privado respecto de lo público se manifiesta también en el hecho de que lo privado carece de una naturaleza propia. No hay cosas que sean privadas por su esencia o su naturaleza (y por esta razón el contenido de lo que se considera “privado” es histórica y geográficamente variable): lo privado es algo que puede hacerse público, pero que está sometido a ciertas restricciones legales, morales, sociales o estéticas para ello, y estas restricciones son modificables. De hecho, una de las maneras en que es posible describir en estos términos el progreso social de la política moderna (la conversión del simple Estado de derecho en un Estado social de derecho) consiste justamente en hacer público lo que antes era privado: las relaciones entre los patronos y los trabajadores, la salud de cada individuo, lo que sucedía en la alcoba conyugal o en el domicilio familiar.
En estos casos y otros parecido, el “hacer público lo privado” puede comportar una cierta vergüenza (la que sufren los patronos cuando se descubren las condiciones a las que someten a sus asalariados, o la que produce el descubrimiento de la miseria sanitaria en la que han vivido largo tiempo las clases menesterosas, o de las canalladas que algunos maridos han cometido con sus esposas o algunos padres con sus hijos), y en esos casos la vergüenza es, por así decirlo, el reproche social que tal conducta merece, independientemente del castigo legal que le corresponda.
Como correlato de lo anterior, huelga decir que una de las formas más flagrantes de regresión social (o sea, de quitarle al Estado de derecho su condición de “social”) consiste en privatizar lo público, algo de lo que en los últimos tiempos no dejamos de ver ejemplos y que no se reduce, desde luego, al cambio de titularidad jurídica de ciertas instituciones.
Política sin amigos
José Luis Pardo, Estudios del malestar. Políticas de la autenticidad en las sociedades contemporáneas, Anagrama, Barcelona 2016