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Te dan 100 euros y la opción de guardarlos o apostarlos. Si aceptas el reto, se lanza una moneda. Si sale cara, pierdes 100 euros y si sale cruz, ganas 250. El juego prevé 20 turnos. ¿Te atreves? Aunque es mucho más probable que aceptando el desafío se acabe obteniendo una cantidad superior al importe inicial, aquellos que prefieran no arriesgarse pueden ampararse detrás de una justificación algo insólita, pero totalmente verídica: "Mi cerebro me ha engañado".
Matteo Motterlini, profesor de Filosofía de la Ciencia en la Universidad Vita-Salute San Raffaele de Milán y director del instituto Cresa (Centro de Investigación en Epistemología Experimental y Aplicada), utiliza este sencillo ejemplo para explicar que “la mayoría de las personas —el 60% de los encuestados— se porta de manera irracional, ya que prefiere ganar menos para evitar pérdidas potenciales”. El docente —que se dedica al estudio de la neuroeconomía, un campo que combina disciplinas como la neurología, la economía y la psicología— detalla que, si sólo tuviéramos la corteza prefrontal, donde residen las facultades cognitivas superiores que nos diferencian de los demás mamíferos, reflexionaríamos de manera totalmente fría y calculadora y el modelo económico neoclásico funcionaría a la perfección. “Pero no es así”, concluye. Las neuronas nos convierten en títeres de las emociones que han desencadenado, inconscientemente, frente a una determinada situación.
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Así, cada vez que tenemos que tomar una decisión se activan zonas diferentes del cerebro. “Existe una parte de recompensa cerebral y otra de aversión al peligro o al riesgo”, explica el neurólogo Pedro Bermejo, fundador de ASOCENE (Asociación Española de Neuroeconomía). “Si por ejemplo vamos a un sitio con refill de bebida, la primera que consumimos la asociamos con una recompensa, pero a la cuarta la percepción ya no es la misma: nuestra corteza cerebral, la parte racional, nos dice que ya no tomemos”, continua.
¿Pero, podemos prevenir los engaños de la mente? La respuesta es muy socrática: conócete a ti mismo.
El cerebro ya tiene “programadas” unas trampas que se activan automáticamente y se interponen entre nosotros y nuestras decisiones. Por ejemplo, preferimos un alimento light al 95% antes que uno con el 5% de grasa, estamos más dispuestos a gastarnos cinco billetes de 10 que uno de 50 y tratamos de manera diferente la paga extra al sueldo mensual. Es algo que no podemos evitar, pero sí intentar controlar. El libro de Matteo Motterlini Trampas mentales: cómo defenderse de los engaños propios y ajenos (Paidós, 2010) identifica las principales zancadillas de nuestro cerebro y nos proporciona un decálogo para defendernos de nosotros mismos.
En primer lugar, no hay que procrastinar la inversión de nuestros ahorros, ni meterlos todos en títulos “cercanos”, como la empresa donde trabajamos, creyendo que al ser un entorno familiar será más seguro. Tampoco hay que buscar una rutina a hechos aleatorios y creer que el futuro es igual al reciente pasado, así como apostar por activos que anteriormente tuvieron resultados excepcionales pensando que seguirán por la misma senda. Intentemos también no “invertir como los monos”, es decir vender demasiado pronto los activos que nos dan rendimiento y mantener durante demasiado tiempo los que están en negativo para prevenir el sufrimiento causado por las pérdidas. Pero tampoco actuemos como “ovejas” y sigamos lo que hacen los demás. Estar siempre pendiente de los rendimientos de nuestros ahorros tampoco sirve, no ganaremos más estresándonos delante de los números. No nos olvidemos por otro lado de que no podemos controlar los eventos ni culpar a las circunstancias de todas nuestras derrotas. Así no aprenderemos de las experiencias. Por último, Motterlini aconseja que no subestimemos este decálogo, aunque sabe que lo haremos: nunca lograremos anular del todo los engaños de la mente.
Aldo Rustichini, profesor de Economía en la Universidad de Minnesota, se dedica al “núcleo duro” de la neuroeconomia, esa rama que trabaja con “el rigor matemático” para encontrar una base teórica a los modelos empíricos ya estudiados. “Es como pretender pasar de la astrología a la astronomía”, ejemplifica el investigador.
Rustichini ha realizado estudios para averiguar el papel jugado por las hormonas a la hora de invertir: “La testosterona aumenta la agresividad y el riesgo que los agentes son dispuestos a asumir”. Estos comportamientos, puestos en cuestión sobre todo después del estallido de la crisis financiera, pueden tener una doble lectura a los ojos del docente: “No hay que olvidar que, sin atrevimiento, quizás nunca nadie hubiese cogido tres barcos para cruzar el Atlántico sin saber lo que se iba a encontrar”, matiza.
Para el investigador, las emociones son sede de racionalidad de las que se puede aprender. "He intentado demonstrar que envidia o remordimiento son muy útiles desde el punto de vista del aprendizaje. Tomamos muchas decisiones sobre una base emotiva, pero no irracional", comenta.
— ¿Existe el agente económico perfecto?
— Sí, y combina grandes emociones y gran racionalidad. Hay pocos. Y se han hecho riquísimos.
Laura Delle Femmine, ¿Por qué el cerebro nos engaña?, El País, 16/04/2015
Un test para dominar la mente
Para echar una mano a nuestros cerebros, la gestora de activos Schroders en colaboración con el instituto Cresa ha fabricado el primer test del “inversor consciente”, dirigido a clientes y profesionales del sector financiero del mercado italiano y disponible en la página Investimente.it. El cuestionario tiene el objetivo de definir el perfil de cada inversor a la hora de tomar una decisión económica y clasificarlos en base a cómo gestionan su emotividad.
Los resultados evidencian que la “trampa” más común maquinada por el cerebro se asocia a la llamada “mordida de serpiente”, es decir la aversión al riesgo causada por una perdida elevada sufrida en alguna operación anterior. Le sigue la tendencia a vender demasiado pronto las inversiones que están dando ganancias y demasiado tarde las deficitarias, con la esperanza de que se recuperen. Las otras zancadillas de la mente más típicas se refieren a la tendencia a privilegiar los títulos familiares, es decir los procedentes del mercado nacional, y el “efecto manada”, que implica seguir determinados comportamientos por emulación o contagio, tanto cuando el mercado está al alza como cuando está a la baja. Por otro lado, el principal engaño que afecta a los profesionales del sector es el exceso de confianza, que lleva a desestimar las señales negativas y sobrestimar las positivas.