Siento una extraña admiración por aquellos que dicen haber aprendido de la vida. Para mí la vida no habla. No habla inteligiblemente y con la suficiente claridad como para asumir adecuadamente sus lecciones. Más bien diría, en mi caso en el de otros, que si la vida nos parece tan empinada y compleja es porque no acostumbra a presentar problemas que ya aprendimos a resolver. Si este aprendizaje fuera eficiente nos dejaría libre mucho tiempo para observar despacio el horizonte, tiempo para contemplar el mar o tiempo, sencillamente para amar con los brazos abiertos a la mucha gente que nos necesita.Pero siempre la propia vida nos mantiene tan ocupados y preocupados como a un mal oficinista, torpe e insuficiente. Día a día se plantean cuestiones incómodas, desconocidas o mal enredadas a las precedentes. Factores viejos, dolorosos y transformados en una materia innovada e inextricable. La dificultad de vivir obedece a que no hay una buena escuela de vida ni un oficio pasoliniano de vivir. Más aún el oficio sólo parece redondo demasiado tarde, cuando se llega a morir. (Mañana será otro día, menos antipático, supongo).
Vicente Verdú, ¿Oficio para vivir?, El Boomeran(g), 20/01/2015