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La pitxa un lio (7 sin leer)

  • Enlace permanente para 'Quan la vida es converteix en el bé suprem? (Lipovetsky).'

    Quan la vida es converteix en el bé suprem? (Lipovetsky).

    Archivado: diciembre 31, 2014, 11:04am CET por Manel Villar
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    El Roto

    Cuando el ser individual se define cada vez más por su relación con las cosas, cuando la búsqueda de dinero, la pasión por el bienestar y la propiedad son más importantes que el estatuto y el prestigio social, el concepto del honor y la suceptibilidad agresiva se debilitan, la vida se convierte en valor supremo, se debilita la obligación de no perder la dignidad. Ya no es vergonzoso no contestar una ofensa o una injuria: una moral del honor, origen de duelos, de belicosidad permanente y sangrienta, ha sido substituida por una moral de la utilidad propia, de la prudencia donde el encuentro del hombre con el hombre se realiza esencialmente bajo el signo de la indiferencia. Si en la sociedad tradicional el otro aparece de entrada como amigo o enemigo, en la sociedad moderna, se identifica generalmente con un extranjero anónimo que ni merece el riesgo de la violencia. «Posesión de uno mismo: evita los extremos; cuida de no tomar demasiado a pecho las ofensas, pues nunca son lo que parecían al principio», escribía Benjamín Franklin: el código del honor ha dejado paso al código pacífico de la «respetabilidad», por primera vez en la historia, se constituye una civilización en la que no está prescrito mantener desafíos, en la que el juicio del otro importa menos que mi interés estrictamente personal, en la que el reconocimiento social se disocia de la fuerza, de la sangre y de la muerte, de la violencia y del-desafío. Más generalmente el proceso individualista conlleva una reducción de la dimensión del desafío interpersonal: la lógica del reto, inseparable de la primacía holista y que durante milenios ha socializado a los individuos y a los grupos en un encaramiento antagonista, sucumbe poco a poco para convertirse en una relación antisocial. Provocar al otro, burlarse de él, aplastarlo simbólicamente, este tipo de relaciones está condenado a desaparecer cuando el código del honor deja paso al culto del interés individual y de la privacy. A medida que se eclipsa el código del honor, la vida y su conservación se afirman como ideales primeros mientras que el riesgo de la muerte deja de ser un valor, pelearse ya no es glorioso, el individuo atomizado se pelea cada vez menos y no porque esté «autocontrolado», más disciplinado que sus antepasados, sino porque la violencia ya no tiene un sentido social, ya no es el medio de afirmación y reconocimiento del individuo en un tiempo en que están sacralizadas la longevidad, el ahorro, el trabajo, la prudencia, la mesura. El proceso de civilización no es el efecto mecánico del poder o de la economía, coincide con la emergencia de finalidades sociales inéditas, con la desagregación individualista del cuerpo social y el nuevo significado de la relación interhumana a base de indiferencia. 

    Con el orden individualista, los códigos de sangre se abandonan, la violencia pierde toda dignidad o legitimidad social, los hombres renuncian masivamente al uso de la fuerza privada para resolver su desacuerdos. Así se aclara la función verdadera del proceso de civilización: tal como demostró Tocqueville, a medida que los hombres se retiran en su esfera privada y no se preocupan más que de sí mismos, reclaman al Estado para que les asegure una protección más vigilante, más constante de su existencia. Esencialmente el proceso de civilización aumenta las prerrogativas y el poder del Estado: el Estado policial no es sólo el efecto de una dinámica autónoma del «monstruo frío», es deseado por los individuos aislados y pacíficos, aunque sea para denunciar regularmente su naturaleza represiva y sus excesos. Multiplicación de las leyes penales, aumentos de los efectivos y de los poderes de la policía, vigilancia sistemática de las poblaciones, son los efectos ineluctables de una sociedad en la que la violencia es desvalorizada y en la que simultáneamente aumenta la necesidad de seguridad pública. El Estado moderno ha creado a un individuo apartado socialmente de sus semejantes, pero éste a su vez genera por su aislamiento, su ausencia de belicosidad, y su miedo de la violencia, las condiciones constantes del aumento de la fuerza pública. Cuanto más los individuos se sienten libres de sí mismos, mayor es la demanda de una protección regular, segura, por parte de los órganos estatales; cuanto más se rechaza la brutalidad, más se requiere el incremento de las fuerzas de seguridad: la humanización de las costumbres puede pues interpretarse como un proceso que busca desposeer al individuo de los principios refractarios a la hegemonía del poder total, y al proyecto de poner a la sociedad bajo la tutela del Estado.(pàgs. 193-195).

    Gilles Lipovetsky, La era del vacío, Anagrama, Barna 1986
  • Enlace permanente para 'Societat de la transparència i societat del rendiment (Byung-Chul Han)'

    Societat de la transparència i societat del rendiment (Byung-Chul Han)

    Archivado: diciembre 31, 2014, 10:52am CET por Manel Villar

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     En la manca de perspectiva no es forma cap ull central, cap subjectivitat central o sobirania. Mentre que els habitants del panòptic de Bentham són conscients de la presència constant del vigilant, el que habiten en el panòptic digital es creuen que estan en llibertat.
    La societat de la transparència segueix exactament la lògica de la societat del rendiment. El subjecte del rendiment està lliure d’una instància exterior dominadora que l’obligui al treball i l’exploti. Ell és el seu propi senyor i empresari. Però la desaparició de la instància dominadora no condueix a una llibertat real, ja que el subjecte del rendiment s’explota a si mateix. L’explotador és alhora explotat. Actor i víctima coincideixen. La pròpia explotació és més eficaç que l’explotació estanya, ja que va acompanyada del sentiment de llibertat. El subjecte del rendiment se sotmet a una coacció lliure, generada per ell mateix. Aquesta dialèctica de la llibertat es troba també a la base de la societat del control. La pròpia il·luminació és més eficaç que la il·luminació estranya, ja que va unida al sentiment de llibertat.
    (“La societat del control”)
    Byung-Chul Han, La sociedad de la transparencia, Herder, Barcelona 2013
  • Enlace permanente para 'Exemplarietat i vocació (Javier Gomá).'

    Exemplarietat i vocació (Javier Gomá).

    Archivado: diciembre 31, 2014, 10:32am CET por Manel Villar

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    Javier Gomá: Conviene distinguir entre los ejemplos reales de la experiencia, que pueden ser positivos o negativos, y la ejemplaridad, que es un ideal, es decir, un deber-ser y en consecuencia, como tal, no existe, no es, no se da en la experiencia, no tenemos contacto sensible con él. Nadie encarna la ejemplaridad porque nadie, en este mundo imperfecto, personaliza la perfección del ideal. Ahora bien, los ejemplos concretos son la vía de acceso a la verdad, y cuando se trata de la verdad moral esto es especialmente cierto. Qué es lo honesto, lo decente, lo recto, lo justo, lo valiente, lo generoso se hace intuible y aprehensible a través del ejemplo personal, aunque no seamos capaces de verbalizar esos conceptos. El ejemplo muestra esa capacidad de hacerse evidente sin necesidad de definirlo. De manera que los ejemplos positivos y negativos que nos rodean constituyen la escuela de nuestra educación sentimental. Y entre esos ejemplos, despliegan particular influencia aquellos que poseen autoridad, como los padres o los docentes. Toda educación consiste en trasmitir un modelo de lo humano, un prototipo de excelencia. Proto-tipo significa sello (typos) originario. Educar es imprimir un sello en el alma de los educandos. Un educador, en el sentido integral del término, es quien, por ser un buen ejemplo de ese sello, sabe replicarlo en los demás. En un sentido más limitado, restringido ya a ciertas disciplinas, un buen docente, a mis ojos, es quien sabe comunicar, no tanto conocimiento, como amor al conocimiento: no historia de la literatura sino amor a la literatura.
    La vocación remite al desarrollo orgánico de un principio interno más que a la reacción frente a estímulos externos. Y, en efecto, no recuerdo haberme encontrado nunca a una persona, real o histórica, que se me haya presentado como un modelo integral y pleno para mí o sobre la que yo me haya dicho a mí mismo: “quiero ser como ella”. Esto no me ha ocurrido. Podría citar a varias personas que me han abierto perspectivas, me han alentado, me han inspirado, me han orientado, me han acompañado, me han ayudado a encontrar mi camino. Pero no una persona que haya sido ella misma mi camino. Aunque a esta constatación le añadiría dos precisiones. La primera, que sí han existido muchas personas, vivientes, históricas o imaginadas, que me han servido de contraejemplo –todos aquellos que me parecía que caían en el patrón del romanticismo- y que han ejercido sobre mí una gran influencia, aunque sea inversa. Representaban lo que no quería. Y en segundo lugar, que en esa búsqueda del propio camino estoy convencido de que, de forma patente o latente, he emulado a otros que antes que yo han intentado lo mismo. Por último, fuera del fenómeno de la vocación, que objetivamente debe considerarse una anomalía vital, la relación maestro-discípulo, una relación en la que el segundo ve en el primero realizado (aunque sea con las imperfecciones propias de lo real) el ideal de humano, es y seguirá siendo la expresión suprema de la educación, como Nietzsche nos recuerda en Schopenhauer como educador: “Tus verdaderos educadores y formadores te revelan cuál es el auténtico sentido originario y la materia fundamental de tu ser”.
    José Luis Coronado, Entrevista a Javier Gomá , INED 21,  28/12/2014
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