Estamos sumergidos en un cambio de paradigma. Mientras el biopoder, dibujado sobre todo por Foucault, se basaba en el control panóptico y el castigo, el estadio actual, la psicopolítica, ha conseguido que la vigilancia sea interior. Somos nosotros mismos quienes, inconscientemente, nos explotamos. Y lo peor: creyendo que, gracias a la transparencia y el cúmulo de datos, somos libres.
Ésta es la principal tesis del pensador alemán, de origen coreano, Byung-Chul Han, además de diagnosticar la desaparición de la seducción en una sociedad sometida a la aceleración y el instante. Autor de libros como La sociedad del cansancio, La agonía del Eros o En el enjambre, todos publicados en España por Herder, el filósofo nos recuerda que el Logos carece de “vigor” sin el poder del Eros. La sociedad de la información es la sociedad de la vivencia acumulativa. Y la experiencia, por el contrario, suele ser única. “La vivencia no tiene acceso a lo completamente distinto. Le falta el Eros, que la transforma”, sostiene.
Las tesis de Han no se diferencian tanto de las de otro filósofo alemán, Rüdiger Safranski, quien nos advierte que, en un mundo acelerado que renuncia a lo mediato, la información ya no se transforma en experiencia. El exceso de estímulos provoca "un ataque del presente al resto del tiempo".
La erosión del otro
Han defiende que estamos inmersos en el “infierno de lo igual” y que, por culpa de un exceso de narcisismo, en el que el otro es mera mercancía, la experiencia erótica se hace imposible. La cultura actual, argumenta, se centra en el “constante igualar” para convertirlo todo en objeto de consumo. Así, la alteridad, la diferencia, queda reducida a un simple espejo del uno, en una perversa lógica del reconocimiento.
“El Eros pone en marcha un voluntario desreconocimiento de sí mismo”, argumenta el filósofo. La depresión y el agotamiento actual son consecuencia directa de la proclamación neoliberal de la libertad. El amor y la sexualidad, así, están sometidos a la positividad, al rendimiento y a la exposición permanente. Se ha destruido, a través de los medios digitales, la distancia. Y sin distancia no hay espacio para el erotismo.
El deseo añorante es siempre anhelo del otro, escribe Han. Lo alimenta la negatividad de la sustracción.
El pensador alemán, nacido en Seúl pero formado en Friburgo y Múnich, retrata una sociedad que trabaja como una máquina de búsqueda y consumo. No nos es difícil imaginar alguna de las aplicaciones móviles, por poner algún ejemplo concreto, con las que puedes escoger con quien tendrás sexo con un simple “me gusta”.
Mientras las imágenes pornográficas muestrean la “mera vida expuesta”, la seducción se sitúa en las antípodas. Byung-Chul Han va más allá: “Lo obsceno en el porno no consiste en un exceso de sexo, sino en que allí no hay sexo”. Es por lo tanto un argumentario que nada tiene que ver con doctrinas moralizantes, sino con la denuncia de “la profanación del erotismo”.
Historia, memoria e identidad
Cuando Han denuncia la pérdida de la alteridad no escribe únicamente sobre la relación entre cuerpo y sexualidad. Se refiere también a la ciudad como “no-lugar”. El turismo, nos dice, es lo opuesto a la peregrinación. Y, citando a Heidegger, nos recuerda que lo que hace posible el habitar humano es la combinación de historia, memoria e identidad. ¿No hemos renunciado, ya, a la ciudad? ¿No hemos permitido cerrar los locales más emblemáticos a favor de negocios abocados únicamente al turismo de masa? ¿No es esto, también, una forma de pornografía?
El turista de masa “desfila” sin demorarse. La desnudez de la ciudad, como exhibición, sin misterio ni expresión, sufre las mismas consecuencias por la carencia de rito. El Eros nos impulsaría, también aquí, a entrar en lo “no recorrido”, en lo que no ha sido calculado con anticipación. ¿Cuánto hace que no nos perdemos en una ciudad? ¿Y en un cuerpo ajeno?
El mayor acierto de Han es diseccionar los efectos del ruido al que estamos sometidos. El pensamiento, defiende, necesita silencio. Incluso llega a decir que la teoría, como tal, sufre una grave crisis, y que la acumulación constante de información, las interminables cifras y documentos que manejamos, no cambian ni anuncian nada.
Hacia la propia explotación
No todas las tesis de Byung-Chul Han son igual de sólidas. Algunos de sus análisis, que generalizan el uso de la red, caen con facilidad en la tecnofobia. Los individuos que se unen en un “enjambre digital”, según el pensador, no desarrollan un nosotros. Caricaturiza a los internautas como si todos fueran hikikomoris, esos adolescentes japoneses, hiperconectados, que se aíslan de la sociedad. Se olvida Han que, aunque es cierto que el ruido existe y es tremendamente estéril, la red no acaba en Internet. Conceptos como nexos o nodos saltan la frontera de lo virtual y fomentan nuevas formas de organización. Sólo hay que estudiar experiencias –experiencias vividas físicamente- como el 15M, o el partido X, para darse cuenta que no todas las energías surgidas en la red son fugaces ni infecundas.
Los riesgos de la embriaguez del medio digital, sin embargo, sí que existen. El pensador pone como ejemplo a lo que se le ha llamado shitstorm (la tormenta de mierda) que se expande por las redes sociales sin una causa aparente, y ciertamente sin ningún efecto duradero. ¿Cuántas veces hemos convertido en noticia un trending topic de Twitter? ¿El periodismo no ha caído también en esa trampa?
También parece evidente que la intimidad ha sido expuesta públicamente de forma voluntaria. Ahora que abundan las quejas en los muros de Facebook por los cambios en su política de privacidad, debemos recordar que somos nosotros, los usuarios, quienes alimentamos de contenido la herramienta.
“Hoy cada uno se explota a sí mismo”, sostiene Han. Y la propia explotación, añade, es mucho más eficiente que la explotación por parte de otro. El medio digital es un medio de presencia, su temporalidad es el presente inmediato, y cualquier mediación o representación se interpreta como una pérdida de tiempo. Ahora no es posible dejar que las cosas “maduren”, lamenta el pensador alemán.
El medio digital, concluye Han, carece de edad, destino y muerte. El tiempo se ha congelado y, por ello, el IFS (Information Fatigue Syndrom, concepto acuñado en 1996 por el psicólogo David Lewis) es la gran enfermedad contemporánea. El cansancio de la información ininterrumpida tiene un síntoma principal: la parálisis de la capacidad analítica. O lo que es lo mismo, la incapacidad de distinguir lo esencial de lo no esencial.
Si sólo vivimos en el presente continuo, en una atrofia que renuncia al pasado y al futuro, ¿cómo vamos a responsabilizarnos de lo que fuimos y de lo que queremos ser?
Albert Lladó, ¿Sólo nos queda la pornografía?, La Vanguardia, 04/12/2014Leer más: [www.lavanguardia.com]