Martha C. Nussbaum |
El actual es un momento propicio para escribir sobre este tema, pues los psicólogos cognitivos han efectuado durante las últimas décadas una amplia gama de investigaciones excelentes sobre emociones concretas, que, complementadas por el trabajo de los primatólogos, los antropólogos, los neurocientíficos y los psicoanalistas, nos proporcionan abundantes datos empíricos que resultan sumamente útiles para un proyecto filosófico normativo como este. Tales hallazgos empíricos no dan respuesta a nuestras preguntas normativas, pero sí nos ayudan a comprender qué puede ser posible y qué no, qué tendencias humanas generalizadas pueden ser perjudiciales o beneficiosas: en definitiva, de qué material disponemos para trabajar y hasta qué punto es susceptible de ser «trabajado».
Parte de la justificación de un proyecto político normativo pasa por mostrar que este puede ser razonablemente estable. Las emociones son interesantes en este sentido, en parte, por nuestras dudas e interrogantes a propósito de la estabilidad. Pero, a partir de ahí, tenemos que preguntarnos qué formas de emoción pública pueden ser estables a lo largo del tiempo, es decir, sin necesidad de someter nuestros recursos humanos a una presión excesiva. Argumentaré que tenemos que investigar, y saber apreciar, todo aquello que nos ayude a ver el desigual y, con frecuencia poco agraciado, destino de los seres humanos en el mundo con humor, ternura y goce, en vez de con un furor absolutista por una perfección imposible. La fuente primaria de las dificultades políticas radica en ese omnipresente deseo humano de vencer ese desvalimiento tan crucialmente consustancial a la vida humana en sí: en ese afán de alzarse (por así decirlo) sobre eso tan desagradable que es lo «meramente humano». Muchas formas de emoción pública alimentan fantasías de invulnerabilidad, pero todas esas emociones resultan perniciosas. El proyecto que concibo aquí funcionará únicamente si halla vías para hacer que lo humano pueda inspirar amor y para inhibir el asco y la vergüenza.
Ningún proyecto así podría salir adelante si no ligara la cuestión de las emociones públicas a un conjunto definido de objetivos normativos. Yo concibo en todo momento un tipo de liberalismo que no es moralmente «neutral», pues está dotado de cierto contenido moral definido, en el que destacan la igualdad de respeto por todas las personas, el compromiso con la igualdad de la libertad de expresión, asociación y conciencia para todos los ciudadanos, y una serie de derechos sociales y económicos fundamentales. Estos principios y compromisos limitarán necesariamente las posibles vías a través de las que puedan cultivarse las emociones. La sociedad que imagino debe lidiar con el problema de Rousseau sin desatender los compromisos y principios de un Estado lockeano/kantiano. Habrá quien piense que la idea de una «religión civil» no es sostenible bajo tan restrictivas condiciones, o que no puede materializarse de un modo mínimamente interesante o atractivo. Pero ya veremos.
El foco de este proyecto está centrado en la cultura política de la sociedad, no en las instituciones informales de la sociedad civil. Con ello no quiero decir que la sociedad civil no sea pródiga en influencias sobre las emociones de los ciudadanos: lo único que digo es que no es lo que investigo aquí. Sin embargo, sí entiendo el concepto de lo político desde un punto de vista inclusivo, como algo que comprende todas aquellas instituciones que influyen notablemente en las oportunidades vitales de las personas y lo hacen permanentemente, a lo largo de sus vidas (algo que coincidiría con la noción de la «estructura básica» expuesta por John Rawls). Lo político incluye así a la familia, aunque las relaciones del Estado con la familia estén limitadas por los ya mencionados compromisos con la libertad de expresión y de asociación de las personas adultas. Dentro del ámbito general de la cultura política, este proyecto investigará desde la retórica política hasta toda una serie de manifestaciones y expresiones de carácter público: las ceremonias y los rituales públicos; las canciones, los símbolos, la poesía, el arte y la arquitectura públicos; el diseño de parques y monumentos públicos; y hasta los deportes públicos. También tomará en consideración cómo se moldean las emociones en la educación pública. Por último, es posible crear instituciones que encarnen las ideas e intuiciones transmitidas por un tipo particular de experiencia emocional, y este libro, aun cuando no se centre en esa parte del proyecto, reconoce su importancia.
La unidad primordial de análisis aquí considerada es la nación, dada su importancia fundamental a la hora de fijar condiciones de vida para toda persona sobre la base de la igualdad de respeto, y por tratarse de la mayor unidad política conocida hasta el momento que ha podido ser mínimamente responsable ante las voces del pueblo y capaz de expresar el deseo de este de procurarse a sí mismo aquellas leyes por él elegidas. También será importante el plano internacional: parte de la evaluación correcta de una cultura pública determinada nos la proporciona el examen de los sentimientos que esta promueve hacia otras naciones y pueblos. No obstante, coincidiré con Giuseppe Mazzini y otros nacionalistas decimonónicos en considerar que la nación es un «fulcro» necesario sobre el que impulsar el interés por el ámbito global en un mundo en el que el más inextricable obstáculo al interés y la preocupación por los otros es la inmersión egoísta en los proyectos personales y locales. Otro motivo para centrarse en la nación es la necesidad de la presencia de particularidades históricas en toda buena propuesta para la formación de emociones políticas. (…)
Cuando escribí sobre las emociones en Paisajes del pensamiento, defendí la tesis de que todas ellas implican necesariamente valoraciones cognitivas, formas de percepción y/o pensamiento cargadas de valor y dirigidas a un objeto u objetos. Como veremos, los psicólogos cognitivos cuyo trabajo sobre emociones como la compasión y el asco será central para mi análisis sostienen una tesis similar, a la que los estudios de los antropólogos sobre el papel de las normas sociales en las emociones dan un sólido apoyo adicional. (CONTINUARÀ)
Martha C. Nussbaum, Las emociones políticas. ¿Por qué el amor es importante para la justicia?,Paidos, Barna 2014