El psicólogo israelí Kahneman obtuvo el Premio Nobel de Economía en 2002 por integrar parte de los avances de su disciplina en el análisis económico y, en particular, por sus investigaciones sobre los juicios y la toma de decisiones bajo incertidumbre. En los últimos años también se ha concedido este galardón a otros investigadores que, no partiendo de la economía, aplicaron sus conocimientos a esta disciplina. Este es el caso de la recientemente fallecida Elinor Ostrom, que consiguió el Nobel en 2009 por su estudio sobre la gestión de los bienes de propiedad común.
Kahneman (Pensar rápido, pensar despacio) centra su investigación, no en lo irracional del comportamiento humano, sino en las limitaciones de la racionalidad cuestionando la aproximación de los economistas a este tema. Desde los años sesenta, y gracias a trabajos como los del también laureado con el Nobel Gary Becker, lo que distingue a la economía de otras disciplinas no es el tema de estudio (la riqueza, los mercados o los precios), sino la forma de analizar otras cuestiones como el matrimonio o la discriminación racial. Es decir, el ámbito de la economía se extiende —de ahí que se acuse a esta disciplina de ciencia imperialista— a aquellos aspectos del comportamiento humano en los que los medios son escasos, y los fines, competitivos. Para ello se parte de las hipótesis de la conducta racional (es decir, los agentes se comportan como si maximizaran sus propias funciones de utilidad sujeta a restricciones presupuestarias, temporales y de producción) y de la estabilidad de las preferencias. Becker, en su discurso de aceptación del Nobel, afirma que los individuos maximizan el bienestar “como ellos lo conciben, ya sean egoístas, altruistas, leales, rencorosos o masoquistas”.
Kahneman cuestiona no sólo que la gente sea racional en todas las ocasiones, sino que emociones como el miedo, el afecto y el odio expliquen la mayoría de las situaciones en las que los humanos se alejan de la racionalidad. Su intención es buscar el origen de los errores en el diseño de la maquinaria de la cognición más que en la alteración del pensamiento por la emoción.
Describe la vida mental con la metáfora de dos agentes. El Sistema 1, que produce pensamiento rápido, intuitivo y con apenas esfuerzo, y el Sistema 2, lento, perezoso, no siempre activado y que requiere cálculos complejos y atención. El Sistema 1, por ejemplo, no sabe resolver automáticamente el problema de multiplicar 28×53. El Sistema 2, en cambio, con ciertas limitaciones, es el único que puede seguir reglas, comparar objetos en varios de sus atributos y hacer elecciones deliberadas entre opciones. Esta división del trabajo es muy eficiente, pero siempre hay que tener en cuenta que en el Sistema 1 hay sesgos y no se puede desconectar a voluntad. Así tenemos dificultad de apreciar nuestros errores, aunque nos resulta más fácil detectar los ajenos. En este libro, en definitiva, se muestra que el Sistema 1 es más influyente de lo que nuestra experiencia nos dice, y es “el secreto autor de muchas de las elecciones y los juicios que hacemos”.
Las dificultades del pensamiento estadístico muestran tanto la limitación de nuestra mente y que tengamos una excesiva confianza en lo que creemos saber, como la aparente incapacidad para reconocer las dimensiones de nuestra ignorancia y de la incertidumbre del entorno en el que vivimos. Kahneman, influido por Nassim Taleb (autor del best seller El cine negro), ilustra con numerosos ejemplos que somos propensos a sobrestimar lo que entendemos y a subestimar el papel del azar: “La maquinaria del Sistema 1, que a todo da sentido, nos hace ver el mundo más ordenado, predecible y coherente de lo que realmente es” y “La ilusión de que uno ha entendido el pasado alimenta la ilusión de que puede predecir y controlar el futuro”. Este es el caso de muchos inversores que predicen ligeramente mejor que el resto de sus conciudadanos, pero desarrollan “una ilusión de su aptitud algo mejorada, lo que hace que tengan un exceso de confianza poco realista”. Por tanto, aunque no podemos culpar a nadie de fracasar en sus predicciones en un mundo impredecible, sí que habría que llamar la atención a aquellos profesionales que creen que pueden tener éxito en esta tarea imposible. Las pretensiones de tener intuiciones correctas en una situación impredecible significan cuando menos engañarse.
No cabe duda de que este análisis interdisciplinar es muy enriquecedor, pero sin olvidar que los modelos económicos no mantienen que los individuos sean racionales, sino que suponen que son racionales, y partiendo de esta hipótesis y otras igualmente sencillas han tenido éxito explicativo en diferentes campos de la teoría económica. Sirvan de ejemplo los avances que se han producido en el estudio de las instituciones que facilitan o dificultan al individuo tomar decisiones en un marco de recursos escasos y fines alternativos.
Luis Perdices de Blas, Las limitaciones de la racionalidad, El País, 28/07/2012