by Pat Rocha |
Hemos asistido a la malversación de algunas palabras, a su apropiación, a la manipulación del lenguaje y a su uso subrepticio como un modo de gran exclusión. Es preciso recuperar la palabra perdida y silenciada y por eso es necesario reverdecer, ante la vergüenza de las palabras acalladas, trastornadas, la cultura y la educación como formas de vida. Y así crear condiciones para el debate constructivo, para la discusión pacífica, para la decantación de lugares comunes, para la democracia deliberativa, en suma.
Y en un contexto de lenguajes acartonados, previsibles, hemos de renovar la conversación pública y tratar de comprender y de explicar, con convicción, sin buscar doblegar ni dominar. Se requiere toda una cultura de servicio, de respuesta, de responsabilidad y generar equipos coordinados y elaborar trabajos realistas y concretos, capaces de dar respuesta. Se precisa participación y ejemplaridad e instituciones justas. Es decir, hace falta escuchar y crear espacios compartidos (que no son los de tomar mi parte, sino los de formar parte, que no son los de repartir, sino los de distribuir). Y se necesita dejar hablar, esto es, crear condiciones para la palabra de todas y cada una, de todos y cada uno. La indiferencia no es salud.
El aislamiento, la desvertebración, la arrogancia de la autosuficiencia, la percepción del otro como alguien que ha de ser abatido, asimilado y reducido, el descuido de uno mismo y de los demás, la desconsideración para con el legado recibido son expresión de una salud deficitaria y preludian una inviable sintonía. El extravío de lo común es ya tanto un síntoma con un previsible pronóstico. Y la garantía de que no habrá efectiva singularidad sino abstracta individualidad. Y ello expresa esa pérdida de amistad y de comunicación que cabe denominar falta de solidaridad y que implica un modo de intervención y de acción exclusivamente en beneficio propio. La inequidad, la desigualdad son expresión de una frágil salud y más aún la falta de decisión y de implicación para afrontarlas en su radical deriva.
Brota así el riesgo de una estulticia que, con independencia de cada actitud personal, podría llegar a ser compartida, la de la insensibilidad para lo social, lo político y lo público, entreverados en mis excusas que pretenden ignorar la enfermedad que va contagiando espacios y vidas. Y esa insensibilidad puede deberse a la aceptación del estado de cosas o a la indiferencia para con él. O a otra experiencia, la de una carencia. En esto también, como Kant señala, “la honradez es la mejor política”, la condición política, la condición de la política. Y su ausencia es asimismo dolencia, incluso infección.
El decir singular, insustituible, que se nutre de nuestra acción y la sostiene y concreta, que no es al margen de ella, preludia la decisión y acción compartidas, y es terapia para la salud social cuando, en efecto, cuidada y cultivada viene a ser conveniente, convincente y justa. No solo la enfermedad es contagiosa, también la salud puede serlo.
Ángel Gabilondo, La salud social, El salto del Ángel, 29/11/2013 [blogs.elpais.com]