Jordi Borja (ex-dirigente de BR, ex-dirigente del PSUC, actual presidente del Observatori dels Drets econòmics, socials i culturals) dice que es mejor decir “casta”. Pues, vale, sea por la precisión terminológica. Pero haberla, hayla.
En La República, Platón afirma que los mejores gobernantes son aquellos que no quieren serlo. Y con esta aparente contradicción quería hacer ver que los que aspiran a gobernar para cambiar de vida y disfrutar de riquezas y honores materiales no serán nunca buenos gobernantes, ya que lo que desean está demasiado vinculado a aspiraciones personales. En cambio, aquellos que tienen la vida que desean y en ella son felices (Platón piensa que esa es la vida de los filósofos) no querrán abandonar su forma de vida para adoptar otra, ya que se sienten ricos de bienes preciosos (el estudio, la meditación, el conocimiento), y por ello vivirán su paso por la política como un deber ciudadano, anhelando volver a sus vidas lo más pronto posible.
Con todas las distancias, la reflexión nos sirve. No en lo que tiene de separación entre la teoría y la práctica, la vida intelectual y la acción política, pero sí en la explicación que hace del impulso de la mayoría de los políticos a desarrollar toda su vida vinculada a algún cargo público.
En realidad, es muy difícil saber quién no está muy apegado a los privilegios materiales hasta que no se hace la prueba. Ante esta situación, la respuesta es fácil: debemos inventarnos un sistema que no permita la continuidad en la vida pública. Esta prioridad ha sido invisible hasta hace bien poco, a pesar de que es un lastre que arrastran los partidos (todos) casi desde su formación. Curiosamente no fue invisible, por motivos diferentes, para tres mujeres (entre otros pensadores): Rosa Luxemburg, Simone Weil y Hannah Arendt.
Rosa Luxemburg se opuso a Lenin porque este pensaba que una buena organización era la condición para la acción. Ella siempre priorizó la acción. Por eso criticó asimismo al Partido Social Demócrata alemán, al que sin embargo pertenecía: le parecía ridículo el método de Kautsky para educar al pueblo, consistente en dar conferencias. Es la acción revolucionaria la que educa, esa revolución que según sus propias palabras “fue, es y será”.
Simone Weil afirmó que los partidos eran como iglesias que buscan adeptos, pero no permiten a las personas pensar por sí mismas. Proponía ser laicos en política y buscar formas democráticas diferentes. Le habría dado risa escuchar hoy a algunos políticos que se creen demócratas porque pertenecen a un partido y han sido votados. Como si la democracia se limitara a eso.
Hannah Arendt siempre valoró las organizaciones salidas de la lucha, como los consejos revolucionarios. Casada en segundas nupcias con un espartakista, Heinrich Blücher, piensa que son los movimientos de masas los que anuncian algo nuevo en el panorama político. La Historia tiene sus momentos luminosos en los períodos revolucionarios. Estos no duran más allá de un tiempo relativamente corto, son como un milagro, pero los ha habido, así que es realista esperar de nuevo uno.
Maite Larrauri, ¿Existe una clase política?, Filosofía para profanos, 27/03/2013