“Un tal doctor Goebbels, de Elberfeld, habló sobre el tema ‘¿Qué quiere Adolf Hitler?’. Atendí a cada una de sus palabras. Me dio la sensación de que estaba dirigiéndose a mí personalmente. Mi corazón se aligeró, algo se despertó en mi pecho. Me sentí como si estuviera reconstruyéndose pedazo a pedazo algo dentro de mí. El doctor Goebbels no concluyó su tema aquella noche. Prometió regresar en dos semanas y terminar la conferencia. Pasé aquellos 14 días en un estado de delirio. No veía la hora de que se celebrara el mitin. Estaba allí puntualmente y al finalizar, me fui a casa en silencio… Me convertí en nacionalsocialista”.
“El Mefistófeles del Partido Nazi”, un “demagogo ingenioso y sin escrúpulos”, “el más venenoso y mendaz de todos los nazis”, un hombre por el que sentirse “fascinado por su deslumbrante simpatía y sus perfectos modales, así como su fría lógica”. Desde luego las reacciones que causó Joseph Goebbels entre sus coetáneos no fueron de indiferencia… y así han durado hasta hoy, universalmente conocido por sus labores de propaganda al servicio del nazismo y una de las más populares encarnaciones del Mal. Como ante cualquier persona o cosa de la que se hable no faltan las opiniones, también entre historiadores, que zanjan la discusión con un “bah, está sobrevalorado”. No sin cierta razón, ya que Hitler no llegó a contar con él para tomar grandes decisiones políticas ni mucho menos militares, y vivió en permanente enfrentamiento con los demás líderes nazis. Pero si bien su labor a menudo fue la de vocero, es incuestionable que lo hizo muy bien. Supo dar respaldo popular a cada acción del régimen y preparar el terreno para las siguientes, en ese constante ir más allá que caracterizó al Tercer Reich hasta su armagedón.
Es tan a menudo citado como maestro del cinismo y la manipulación como ridiculizado por su apariencia, aunque personalmente no comparto el énfasis en señalar como objeto de burla los defectos físicos de nadie. Menos si cabe en alguien responsable de actos tan graves y aun a pesar de su clara contradicción respecto al ideal racial que exaltaba. Porque al final da la impresión de que el hecho de haber participado activamente en la mayor masacre de la historia no fuera bastante: “era un genocida… y encima bajito y cojo”. A ese respecto no hay duda de que fue uno de los principales ideólogos del Holocausto, quizá solo por detrás de Himmler y el propio Führer. Contribuyó además con sus consignas a la obstinada resistencia que ofrecieron los alemanes prolongando una guerra que ya estaba perdida. Y finalmente fue un audaz pionero en técnicas que están plenamente integradas en la comunicación de masas contemporánea. En este último aspecto nos centraremos.
Durante su infancia sufrió una osteomielitis que hizo encoger su pierna derecha diez centímetros y de la que fue operado sin éxito. Esto le impidió jugar con otro niños, convirtiéndolo en un “lobo solitario” según sus propias palabras, al tiempo que le hizo desarrollar una gran pasión por la lectura. Pronto destacó en los estudios y pasó con gran provecho por las universidades de Bonn, Friburgo, Wurzburgo, Munich y Heidelberg, en las que adquiriría el título de doctor que acompañaría su nombre el resto de su vida. A mediados de los años 20 entra en contacto con el Partido Nazi y queda fascinado por Hitler. Comienza a escribir en medios de comunicación afines ideológicamente y a dar discursos públicos, para los que descubre tener una gran habilidad. En ellos se presentará como veterano de guerra, en la que no participó debido a su pierna y que muestra precisamente como una herida de batalla. Tales actos políticos se desarrollaban en un ambiente de tensión y a menudo acababan con disturbios y peleas callejeras contra comunistas y socialistas, pero allí se encontraba en su salsa. Eran el sustituto del frente en el que nunca estuvo y las audiencias hostiles resultaban ser las que mejor se le daban: “he hablado en una fábrica frente a 10.000 proletarios. Me han recibido con silbidos y me he ido entre vítores”. Ante ellos sacaba a relucir una oratoria enérgica y brillante, adornada con anécdotas históricas fruto de sus lecturas, rebosante de un sarcasmo con el que ridiculizaba a sus adversarios y que divertía enormemente a su público, llegando a cautivarlo hasta extremos como el del trabajador de una siderurgia cuyo testimonio abre este artículo. Sus compañeros del NSDAP discutían si acaso no era mejor orador que Hitler y debía por tanto liderar el partido. Pero su lealtad al líder estaba fuera de duda. Cuando en enero de 1933 los nazis se hacen con el poder, él pasa a dirigir el flamante Ministerio de Propaganda. Desde allí controlará todos y cada uno de los aspectos de la vida social y cultural alemana para ahormarla al ideario del partido, tal como vimos aquí.
Una de sus primeras medidas fue crear una vasta red de informadores distribuidos por todo el país que redactaban las impresiones que observaban en sus lugares de trabajo, bares, vecindarios… a cada discurso radiofónico del régimen. De esa manera podía ir modulando mediante prueba y error su influencia en la opinión pública. Unas técnicas de estudio de mercado con las que ahora estamos familiarizados pero que por entonces resultaron novedosas. Perfeccionó los recursos radiofónicos en la retransmisión del sonido ambiental, para que reflejase la reacción del público a los discursos, impuso la retransmisión de los discursos más desatacados en escuelas, centros de trabajo y restaurantes y abarató el precio de los aparatos de radio, de forma que Alemania era en los años 30 el país del mundo con mayor número de ellos por habitante.
Centralizó el suministro de información de forma que todos los medios de comunicación alemanes debían ajustarse a las consignas que periódicamente iba suministrando. Su idea fundamental era la de repetir el mismo mensaje de diferentes maneras. Uno de los recursos fue el de utilizar suposiciones no comprobadas, que pasaban a darse por hechas. Por ejemplo, la oficina de propaganda alemana en Francia difundió la siguiente consigna en 1943 ante un hipotético desembarco angloamericano en el país: “¿Sería más pacífica esta ocupación? Para responder a esto, basta con saber lo que sucede actualmente en África del Norte”. En realidad no sucedía gran cosa en esa zona africana ocupada por los Aliados, pero de esa manera apelaba a una supuesta información a la que los lectores asentirían para no quedar como ignorantes.
Por supuesto la libertad de expresión quedó abolida, pero procuró que la censura se hiciera de tal forma que no quedasen rastros de ella, no debía haber espacios en blancos u otros detalles que hicieran sospechar al lector de que estaba leyendo información que había pasado un filtro. Asimismo, intentó comprar medios de comunicación de otros países y creó una agencia que suministraba noticias a periódicos extranjeros con pocos recursos para elaborar las propias. Una estrategia de la que hoy en día ha pasado a ser habitual, lo que se conoce como “notas de prensa”. La precariedad de recursos, gran carga de trabajo y falta de tiempo —en la mayoría de los casos— entre los empleados de los medios de comunicación o bien la simple comodidad —en algunos otros— llevan a que a menudo dichas notas sean integradas como una noticia más en el medio sin modificaciones, con todo el ahorro de trabajo que supone. Aunque eso conlleve, claro, proporcionar una información ajustada a los intereses de la empresa, asociación o institución pública que la haya remitido. En este caso era el Tercer Reich.
Goebbels se percató de que para evitar una opinión pública hostil a menudo basta con cambiar el nombre de las cosas. Por ejemplo, las fastuosas obras arquitectónicas con las que dotar de grandiosidad a Berlín siguieron en marcha una vez comenzada la guerra, pero para evitar críticas a tal dispendio pasaron a ser llamadas “Programa de guerra sobre las vías fluviales y los ferrocarriles”.
Antes de cada golpe de mano del régimen iba preparando poco a poco a la opinión pública. Por ejemplo, en los días previos a la anexión de Austria promovió noticias falsas sobre desórdenes en Viena provocados por los comunistas, de manera que posteriormente quedase justificada la presencia militar alemana allí. Procuraba mostrar la realidad de manera que cada agresión siempre fuera una mera reacción defensiva. Antes de la anexión de Checoslovaquia su ministerio difundió noticias inventadas como “mujeres y niños son aplastados por tanques checos”, de forma que resultase un rescate de la población alemana cautiva en un país hostil. Pero las estratagemas fueron aún más elaboradas en el caso de la invasión de Polonia, que dio lugar a la Segunda Guerra Mundial.
La guerra preventivaEl verano de 1939 Goebbels fue caldeando el ambiente con titulares falsos sobre agresiones polacas a alemanes, como “¡Una familia inocente apaleada!”. El 23 de agosto se firmó el pacto Ribbentrop-Mólotov de no agresión entre Alemania y la Unión Soviética, que fue presentado por la prensa de Goebbels esquivando las diferencias ideológicas entre ambos regímenes (tan explotadas hasta entonces). Unos pocos días después, el 31 de agosto la contraseña “la abuela ha muerto” dio comienzo a una operación en la que un comando de las SS disfrazado de soldados polacos atacó una estación de radio fronteriza en Gleiwitz, donde dejaron varios cadáveres de reclusos del campo de concentración de Dachau disfrazados como soldados. A continuación Goebbels difundió un mensaje colérico:
“La disciplina del pueblo alemán no ha podido ser perturbada hasta ahora, por eso hoy se produce un brutal ataque. Pero el pueblo alemán no va a tolerar otro ataque. Hasta ahora el terrorismo solo había tenido lugar en territorio polaco, ahora también en territorio alemán”.
El siguiente paso fue una arrolladora invasión de Polonia, cuya virulencia resultase ejemplarizante para el resto de Europa. Desde ese momento, el Tercer Reich estableció la pena de muerte por escuchar emisoras de radio extranjeras. El Ministerio de Propaganda se enfrentaba a un reto considerable. Debía aumentar su intensidad, pero también procuraba dejar espacios de entretenimiento para relajar la tensión de la población. Así por ejemplo la UFA aumentó la producción de películas de aventuras, románticas y comedias, mientras que se tomaban otras decisiones más pintorescas como prohibir las retransmisiones radiofónicas del Réquiem de Mozart, ya que Goebbels consideraba que los alemanes en ese momento necesitaban épica, no cristianismo. El cineasta Hippler fue enviado a la Varsovia recién conquistada para filmar El eterno judío, donde debía reflejar cosas que los judíos al parecer hacían constantemente, como sacrificar animales. Respecto a ellos, una vez más, la consigna del ministro debía mostrar las agresiones como actos en defensa propia: “En los inicios de la guerra que vivimos, el pueblo judío no calculó bien las fuerzas de las que disponía y ahora sufre un proceso de exterminación gradual que iba dirigido a nosotros”.
Pero mientras tanto había una china en el zapato que resultaba particularmente molesta. Gran Bretaña había declarado la guerra a Alemania por esta invasión y su líder, Winston Churchill, no daba ninguna muestra de querer negociar o rendirse. Así que dirigió contra él todos los insultos que se le ocurrieron, como “vanidoso simio con pantaloncitos rosas” y ordenó toda clase de caricaturas sobre su aspecto, incluidas no solo en periódicos, revistas y carteles, sino también en productos como las cajetillas de tabaco. Era tal su afán por descalificarlo de cualquier manera imaginable, que lo culpó de la catástrofe del Athenia —un barco de pasajeros británico torpedeado por un submarino alemán el tres de septiembre de 1939— que según su propaganda habría sido hundido por el propio Churchill para involucrar en la guerra a Estados Unidos, dado que varios pasajeros eran de esta nacionalidad.
A la ocupación de Polonia le siguió la del resto de la Europa continental. El nueve de abril de 1940 comenzó la invasión de Dinamarca y Noruega, que Goebbles justificó mediante la consigna dada a los medios: “respuesta relámpago a los intentos británicos de convertir Escandinavia en un escenario bélico contra Alemania”. En defensa propia, otra vez. Al igual que las posteriores invasiones de Bélgica y Holanda, por su “flagrante violación de las reglas más primitivas de neutralidad”. La siguiente en caer fue Francia, un terreno que ya estuvo siendo preparado desde meses atrás mediante el uso de lo que se conoce como “propaganda negra”. Consiste en emitir propaganda en un país enemigo haciéndose pasar por autóctono. Para ello desde finales de 1939 el Ministerio había organizado una emisora de radio llamada Réveil de la France que se hacía pasar por un medio a cargo de pacifistas franceses, y otra conocida como Radio-Humanité supuestamente de tendencia comunista. Cuando Francia cayó en poco más de dos semanas, ya solo quedaba por conquistar Gran Bretaña… Lo que nos lleva a la que fue la jugada más retorcida y astuta que hizo Goebbels en toda su vida.
La ocultación de la Operación BarbarrojaLos movimientos de gran número de tropas alemanas hacia el Este alertaron a la comunidad internacional sobre la posibilidad de que Hitler abriera un segundo frente en la guerra, atacando al hasta ahora aliado soviético debido al mencionado pacto Ribbentrop-Mólotov. El 12 de junio de 1941 Goebbels envió un artículo al Völkischer Beobachter en el que insinuaba una inminente desembarco en Gran Bretaña. Pero en la madrugada del día siguiente, cuando apenas unos pocos ejemplares habían sido distribuidos (los suficientes como para que llegasen a las personas apropiadas), ordenó el secuestro de la edición. La impresión que esto causó en los países Aliados fue justo la que él deseaba: el Ministro de Propaganda se habría ido de la lengua y Hitler habría sido el que ordenó detener la distribución. Con el fin de reforzar la impresión de que habría perdido el favor del Führer, su chófer incluso llegó a cambiar las matrículas de su coche, para poder acceder a la cancillería del Reich. Un día más tarde Goebbels ordenó el arresto de astrólogos y videntes, por si acaso contaban con información privilegiada que mandara al traste la operación. Así que ante el pasmo del mundo el 22 de junio dio comienzo la Operación Barbarroja, por la que un inmenso ejército de 3,5 millones de alemanes atacó a la Unión Soviética. El engaño había funcionado.
Se trató de una operación de enorme envergadura (demasiada, al final) en la que también se hizo uso de la propaganda negra, retransmitiendo en 19 idiomas distintos. Una tarea de manipulación que contó con el apoyo de las Propagandakompanien de la Wehrmacht, secciones que pese a pertenecer al ejército alemán actuaban bajo las órdenes directas de Goebbels. Llegaron a agrupar a 15.000 hombres y sus funciones eran la guerra psicológica (mediante megafonía, octavillas e instalación de emisoras de radio) la neutralización de la propaganda enemiga, la propagación de desinformación sobre los movimientos propios y finalmente acciones destinadas a elevar la moral de los soldados y de la población civil alemana.
Pero como es sabido, la situación se les fue complicado con el paso de los meses hasta llegar al punto de inflexión: Stalingrado. La catastrófica derrota sufrida en enero de 1943 no pudo ser ignorada por el Ministerio de Propaganda, que decretó tres días de luto nacional y dio lugar al que fuera el discurso más trascendental de Goebbels. Aquel en el que anunció la Guerra Total, el 18 de febrero ante un público enfervorecido en el Palacio de los Deportes de Berlín. Apenas dos meses más tarde, Goebbels tuvo noticia de algo que creyó que cambiaría el curso de la guerra, el hallazgo en los bosques de Katyn de miles de cadáveres polacos, asesinados por las tropas soviéticas a comienzos de 1940. Lo anunció ante el mundo con gran estruendo, con la esperanza de quebrar la unión en el bando Aliado entre soviéticos y polacos. Lo paradójico del caso es que esta vez estaba diciendo la verdad, pero había soltado para entonces tal cantidad de mentiras que ya no fue creído.
Desde entonces la situación fue de mal en peor y Goebbels recurrió a la difusión del rumor de que la Wehrmacht estaba a punto de utilizar una nueva arma secreta de poder apocalíptico. Esto contribuyó a mantener la moral alta de la población, aunque no faltaron quienes bromearon sobre los no muy eficientes misiles V-1 —pues eso resultaron ser— rebautizándolos como Volksverdummungsmittel “medio de engañar al pueblo número uno”. Al final a Goebbels solo le quedaba apelar al sacrificio y a la eternidad, en una mezcla de iconografía religiosa y pagana. Como en uno de sus últimos discursos —precisamente ante los empleados de su Ministerio— cuando ya todo estaba perdido, en el que el cine pasaba a ser una especie de equivalente al Más Allá o al eterno retorno nietzscheano:
“Caballeros, dentro de cien años, se estará mostrando otra excelente película a color sobre los días terribles en los que estamos viviendo. ¿Queréis desempeñar un papel en esta película?, ¿volver a la vida en un centenar de años? Cada uno de vosotros tiene ahora la oportunidad de elegir qué papel desempeñará en la película dentro de cien años. Resistid ahora para que en un siglo los espectadores no os abucheen y silben cuando aparezcáis en la pantalla”.
Pasó los últimos días de su vida junto a Hitler, en su búnker de Berlín, y tras el suicidio de este decidió junto a su esposa que debían seguir el mismo camino. Momentos antes de morir, Magda Goebbels escribió una carta al hijo que tuvo en su primer matrimonio, en la que incluyó un impresionante párrafo a la altura de la prosa de su marido, una de las muestras de fanatismo más depuradas que se haya escrito nunca:
“No he tenido que pensármelo. Nuestra magnífica idea se hunde, y con ella todo lo hermoso, admirable, noble y bueno que he conocido en mi vida. Vivir en el mundo que viene después del Führer y del nacionalsocialismo ya no vale la pena, y por eso he traído aquí también a los niños. La vida que viene después de nosotros no es digna para ellos, y un Dios compasivo me entenderá si yo misma les doy liberación”. ________________________________________________________________________________________Bibliografía:-Joseph Goebbels. Vida y muerte, Toby Thacher (Ed. Ariel)
-Goebbels. Una biografía, Ralf Georg Reuth (Ed. La esfera de los libros)
-La mentira en la propaganda política y en la publicidad, Guy Duradin (Ed. Paidós)
-Vida y muerte en el Tercer Reich, Peter Fritzsche (Ed. Crítica)
[www.forosegundaguerra.com]
Javier Bilbao, La propaganda de Goebbels durante la Segunda Guerra Mundial, JotDown, 20/02/2013