Octavio Paz |
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El hombre imanta el mundo. Por él y para él, todos los seres y objetos que lo rodean se impregnan de sentido: tienen un nombre. Todo apunta hacia el hombre. Pero el hombre ¿hacia dónde apunta? Él no lo sabe a ciencia cierta. Quiere ser otro, su ser lo lleva siempre a ir más allá de sí. Y el hombre pierde pie a cada instante, a cada paso se despeña y tropieza con ese otro que se imagina ser y que se le escapa entre las manos. Empédocles afirmaba que había sido hombre y mujer, roca y “en el Salado, pez mudo”, No es el único. Todos los días oímos frases de este tenor: cuando Fulano se exalta es “irreconocible”, se “vuelve otra persona”. Nuestro nombre ampara también a un extraño, del que nada sabemos excepto que es nosotros mismos. El hombre es temporalidad y cambio y la “otredad” constituye su manera propia de ser. El hombre se realiza o cumple cuando se hace otro. Al hacerse otro se recobra, reconquista su ser original, anterior a la caída o despeño en el mundo, anterior a la escisión entre yo y “otro”. (pág. 184)
Octavio Paz, La casa de la presencia. El arco y la lira. La inspiración., Obras Completas, Círculo de lectores, Barna 1991