Morir, culturalmente, consiste en no tener nada que decir. O, aún peor, en no poder decir nada pertinente. Verbigracia: Girón de Velasco. GV fue ministro durante varias etapas geológicas del franquismo
gore, posteriormente siguió dedicándose a la explotación del Estado como botín desde la variable municipal. Murió en los 90’s. Pero, en realidad, murió mucho antes, con su lenguaje, en los 70’s. A él le corresponde, como mérito y como presidente de la Confederación de Excombatientes, la defensa y el canto del cisne del lenguaje franquista. Un lenguaje oficial, vertical, inapelable y violento. Este lenguaje fue la pera. Moduló la realidad oficial y, cuando fue necesario, se aplicó a la realidad social con total éxito y brutalidad. No obstante, dejó de ser operativo en 1977, conforme salía de la boca de GV y sólo servía para transferir mitos. Fue substituido por un nuevo lenguaje, oficial, vertical inapelable y sosegado. En posteriores ediciones, ese lenguaje fue creciendo. Llegó a ser un todo que construía la realidad, supliéndola. Ese lenguaje de la Transición, ¿sigue siendo operativo?
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José Antonio Girón de Velasco |
El sistema político español ha confiado, incluso en los momentos más inverosímiles, en ese lenguaje para suplir otras vías de investigación sobre la realidad. Llevamos casi cuatro décadas sin descripciones sobre la realidad realizadas sin ese lenguaje. Pero ha bastado una crisis cultural —dos fenómenos que este lenguaje propagandístico y creador de cohesión no puede describir: la crisis y el 15M—, para percibir que tiene poco que decir. Desde la historiografía, y desde otros lenguajes y culturas, se describe ya el sistema de Restauración de la Transición como un momento de compra de partidos y de políticos para moderar el cambio político y social. Desde el ulterior periodismo —un diario, un periodista, en el trance de querer describir la realidad, ya se ven forzados a optar por otro lenguaje y otra cultura diferente a la hegemónica hasta hace poco—, se crea el indicio de que tras el lenguaje oficial existe la compra oficiosa de instituciones, partidos y políticos para crear políticas. Algo raro pasa, en todo caso, entre el Estado y la empresa privada en el único país del mundo mundial cuyo
top 35 de empresas en bolsa tienden a ser reguladas, y donde la jubilación de un estadista —el señor que las regula— suele producirse en una empresa regulada. La imposibilidad de modificar la ley de desahucios —elaborada cuando era legal la ley de fugas—, y la absoluta facilidad para la reforma financiera y las contra-reformas sanitaria, social y laboral, encaminadas a socializar la crisis y a proteger de ella al 4% de la población, apuntan esas sospechas, ya documentadas, por fin, en la realidad.
El pasado 23, en el Parlamento navarro, se recibía a una delegación del 15M. Un grupo de ciudadanos que no querían ser diputados practicaba la nueva cultura y el nuevo lenguaje, se explicaban a sí mismos y lanzaban una propuesta: un proceso constituyente. La ruptura, el derecho a decidir sobre todo lo no decidido, desde la forma del Estado, hasta el derecho de autodeterminación, los derechos sociales y el modelo económico. Una forma de democracia con nuevas tecnologías, en la que la democracia se ampliaría a más ámbitos, además del Estado. El enfrentamiento lingüístico que supuso el acto, es llamativo, y permite observar en su inoperatividad al lenguaje viejo, sin nada que decir, pero con voluntad de ocupar el espacio durante otros 40 años más, de seguir utilizando el Estado como botín, como un derecho de conquista. Como Girón de Velasco cuando se moría lingüísticamente.
Hay, en fin, una nueva cultura emergente que está tomando forma rápidamente, con nuevas palabras y nuevos conceptos. Frente a ella mata y muere una suerte de Confederación de Excombatiente de la Transición, usuarios de una cultura muerta, consagrada a la transmisión de mitos. Su relación con el lenguaje ya es tan problemática que no acepta periodistas en sus ruedas de prensa. Lanza propuestas de pacto nacional de lo que sea —esa construcción lingüística vieja—, y nadie les hace caso.
Gullem Martínez,
Game over, El País, 12/02/2013