Este artículo fue publicado originalmente por el autor en El Correo Extremadura.
Una de las novedades del nuevo decreto educativo que ha presentado el gobierno extremeño es la reducción de las horas de religión católica – que pierde, en total, dos horas semanales – . Que una materia cuya presencia en el sistema educativo resulta tan polémica e injustificable para buena parte de la sociedad se reduzca al mínimo parece bastante sensato. Tan sensato debe de ser que los propios portavoces del colectivo de profesores de religión han elegido tomar esta reducción como una afrenta laboral antes que como un asunto ideológico. Los profesores advierten que se van a perder puestos de trabajo, dado, sobre todo, que los profesores de religión solo pueden dar religión, (a diferencia de otros docentes, que pueden impartir materias afines a su especialidad para completar su horario). Es lamentable, sin duda, que se pierdan puestos de trabajo. Pero es obvio que un problema laboral como este no puede condicionar la política educativa, o el diseño del currículo. En cuanto a la otra queja (la de que los profesores de religión solo puedan dar religión), carece de todo fundamento. Hay que recordar a la opinión pública que los profesores de religión lo son por elección directa del obispado, y no porque hayan acreditado mediante una prueba selectiva (como el resto de profesores) su competencia en ninguna especialidad docente.
Otra de las novedades de la futura ley educativa extremeña es la recuperación de la Educación para la ciudadanía, así como también de una materia optativa, llamada Ética y Derechos Humanos, en el primer curso de Bachillerato. En el fondo son medidas casi simbólicas, pues ambas materias no cuentan más que con una hora a la semana cada una, pero, pese a todo, resultan muy significativas; reflejan, cuando menos, que volvemos a una perspectiva más coherente con las necesidades y los ideales educativos de una sociedad como la nuestra. Y como la de los países de nuestro entorno. De hecho, la materia de Educación para la ciudadanía proviene de una recomendación del Consejo y el Parlamento europeos, que siempre estimó necesario formar a los ciudadanos de la Comunidad europea de acuerdo a ciertos valores – los Derechos humanos – y procedimientos democráticos.
Ahora bien, la estimación de esos valores y procedimientos nunca se ha entendido como una asunción dogmática, al menos en las leyes españolas, en las que, además, la materia suele ser adscrita a los departamentos de filosofía, lo que, sin duda, es un seguro contra todo dogmatismo o visión superficial. Lo que se ha pretendido siempre en Educación para la ciudadanía no es “adoctrinar” en esos valores (que no son otros – insistimos – que los que se enuncian, explícita o implícitamente, en la Declaración de los Derechos humanos), sino procurar que los alumnos los conozcan y los analicen crítica y racionalmente. No hay ningún valor que se pueda convertir en principio moral de alguien si ese alguien no se convence, antes, de la valía del mismo. Y para eso es necesaria la reflexión crítica y el diálogo racional en torno a la racionalidad y justificación del dicho valor o norma. Para colmo (de bienes) los programas de Educación para la Ciudadanía suelen contener temas de naturaleza ética, y algunos alumnos (los que no eligen religión) cursan también alguna hora de ética (que es, en la LOMCE, no más que la “alternativa” a religión).
La ética, como rama de la filosofía que es, no se dedica a “dictarnos” lo que es valioso o no, bueno o malo, sino a elaborar una reflexión radical en torno al concepto de valor y a los distintos sistemas morales (sin optar dogmáticamente por ninguno). Es el alumno, en última instancia, el que tiene que escoger y justificar sus principios morales. Y esos principios no caen del cielo, ni simplemente lo inculcan la familia o el entorno del alumno, sino que, en el ciudadano maduro, solo pueden ser el fruto de una larga y bien construida reflexión personal. Reflexión que, en último término, depende de ese diálogo íntimo, pero también social, que mantienen unas ideas con otras. Ese diálogo es lo que caracteriza a nuestro pensamiento, y poder ejercitarlo es la condición fundamental de la libertad y la dignidad humanas. Este ejercicio, y no ningún adoctrinamiento, es el objeto de la formación ética y, más indirectamente, de la Educación para la Ciudadanía. ¿Habrá algo más importante que esto para la educación de las personas?