Lo peor de la corrupción, tengo que reconocerlo, es, al menos entre nosotros, la envidia que produce en mucha gente. La semana pasada asistí atónito al consenso de mis compañeros de tren que reconocían que si ellos pudieran también meterían mano en la caja. Es decir, que el que no es ladrón es porque aún no puede. Hoy me ha defendido esto mismo una persona en la Plaza de Ocata, que yo creía un paraíso de incontaminada pureza moral. Me da más miedo esta corrupción moral sociológica que la otra, la que merece portadas en los medios de comunicación.