No sé quién dijo que los viejos compensan el lamentable hecho de que no poder dar malos ejemplos con una sobredosis indiscriminada de buenos consejos. En esto pensaba yo cuando el zapping me arrojaba a la gala de los goya. Por supuesto, me escapaba de allí en cuanto recomenzaba la película de mamporrazos del Bruce Willis que echaban en otra cadena. Encontraba más verdad en Bruce Willis que en nuestros actores (bueno, en los de usted, lector, en todo caso). Pero la verdad que ofrecían los mamporrazos del Willis era tan mínima, que me acabé yendo a la cama. Así que ví poco de los goyas, pero lo que vi fue demasiado. Dejemos de lado la mala educación que supone invitar al ministro de cultura a tu casa para después reírte de él cuando lo tienes sentado frente a tí en la mesa... a ese mismo ministro de cultura a cuyas puertas estarán llamando hoy en busca de una subvención; dejemos de lado, incluso (que ya es mucho dejar), los chistes malos sobre un país al que ya nadie parece tomar en serio (el mío). Lo que sorprende es que con una gala tan cutre como la que montaron, esa genta tenga el coraje de llamarse actores. Pero claro, puesto que no nos pueden dar buenas actuaciones, nos intentan dar buenos ejemplos. De ahí la competencia por el Goya de la indignación moral, que ya saben ustedes que (la indignación moral, no Goya) es esa actitud que encuentra más nobleza en la náusea que en el apetito. En realidad, si se piensa bien, fue una españolada, pero venida a menos, porque a esa gente todo le viene grande, hasta las españoladas.