Desde hace mucho tiempo vengo sospechando que nuestros alumnos no están equipados intelectualmente de manera tan pobre como nos muestran las evaluaciones periódicas. No quiero decir que sean excelentes, sino que hay algo que distorsiona sus resultados, interponiéndose como un freno entre lo que saben y lo que hacen.
En una ocasión en que formé parte de un grupo de personas encargado de confeccionar unas pruebas para ser aplicadas en Cataluña a alumnos de primaria, me di cuenta del rostro exacto que tenía ese fantasma: se trataba de la capacidad atencional. Desde entonces sospecho que las pruebas -PISA y el resto- nos informan más del estado de la educación de la atención de nuestros alumnos que de sus conocimientos o competencias.
Ahora ya sabemos que si bien es normal que la atención decaiga a medida que avanza una prueba, en el caso de los alumnos españoles, la atención se derrumba. Podemos hablar, si quieren de esfuerzo, perseverancia, coraje o de motivación... pero en el fondo, lo que hace aguas es su capacidad para mantener su atención fija en una tarea más allá de media hora. Por eso a medida que va avanzando la prueba van cometiendo más errores estúpidos.
Algunos se refieren a la atención como una "capacidad no cognitiva". Yo prefiero integrarla en las virtudes intelectuales.