Haga usted un refrito con Howard Gardner (cuya teoría de las inteligencias múltiples no es reconocida por un sólo neurólogo de prestigio), Sir Ken Robinson (que lleva toda su vida predicando que la creatividad puede enseñarse sin que se sepa de nadie que haya aprendido a ser creativo gracias a él), Daniel Goleman (que por lo visto cree que las emociones pueden articularse y desarticularse racionalmente) y Martin Seligman (cuya teoria sobre la psicología positiva no es sino ideología de la autoayuda). El resultado será una magnífica mezcla de pseudociencia. Y con pseudociencia sólo se puede hacer pseudopedagogía. Pero con pseudopedagogía, amigos, puede un centro pasar por innovador y merecer todos los elogios de los medios de comunicación. ¿Y si es innovador para qué quiere ser otra cosa?
Una de las características de la pseudociencia es que no puede ser refutada. Lo mismo podemos decir de la pseudopedagogía, cuyo principio es el siguiente: si partes de mis convicciones, llegarás a conclusiones que están de acuerdo con ellas.