I
Si de verdad creyéramos que todos somos iguales, no tendríamos inconveniente en designar por sorteo a los principales cargos públicos. Pero hasta los antiguos atenienses sometían el sorteo de cargos públicos a importantes restricciones. En primer lugar, no todos los ciudadanos eran elegibles. Había un filtro previo que era respetado escrupulosamente. En segundo lugar, a los elegidos por sorteo se los sometía a un riguroso interrogatorio. Por lo que cuenta Aristóteles en La constitución de Atenas, había que despejar cualquier duda sobre dos importantes cuestiones: si trataban bien a sus padres y si pagaban sus impuestos. Una vez superada la "comisión de investigación", juraban públicamente y con gran solemnidad que desempeñarían el cargo que les había tocado en suerte con justicia, de acuerdo con las leyes y sin aceptar ningún regalo.
IISólo los ingenuos creen que las leyes viven en los códigos legales. O viven en la conducta de los ciudadanos, o están muertas. Esto viene a cuento de lo que dice Kant en Sobre la paz perpetua (mi ejemplar está publicado por Espasa-Calpe en Madrid en 1933): La constitución convierte a una muchedumbre en un pueblo. Ese es el papel de la Constitución. La Constitución es una causa final, no una causa eficiente. Por lo tanto, allá donde no hay un pueblo, ¿se puede decir que haya una Constitución?