Hitler presenta en Mi lucha al pueblo ario como "el Prometeo de la humanidad de cuya frente luminosa brota el destello divino del genio y se expande por todas partes, una y otra vez inflamado por ese fuego que, transformado en conocimiento, ilumina la noche de los misterios silentes y permite que el hombre ascienda por el camino hacia la dominación del resto de las criaturas de esta tierra".
Allá donde se ensalza la luz salvífica con tanto entusiasmo es necesario combatir con idéntico entusiasmo a la oscuridad degradante. Es lo que hace Hitler que, como resalta Safranski en ¿Cuánta verdad necesita el hombre?, "evoca la gnóstica y maniquea dualidad luz-oscuridad de una gigantomaquia cósmica". En consecuencia si hay un un generador de luz (Prometeo) debe de existir también su opuesto, un generador de oscuridad, empeñado en mantener vigente el poder de las tinieblas. Es el judío. Por eso decía yo en un comentario a un post anterior que sin la obsesión antijudía el nazismo no era sino una obsesión totalitaria más del siglo XX. Para entender bien las convicciones políticas de alguien hay que aclarar quien es, en cada caso, su enemigo. Es decir, contra quién se dirigen sus convicciones.
Continúo con Safranski: "Hitler emplea frecuentemente metáforas para referirse a los judíos; para él son bacilos, microbios perjudiciales, una plaga cósmica". Por eso hemos de considerarlo sincero cuando proclama que "Preservándome de los judíos lucho a favor de la obra del Señor". Goebbels, con no menos sinceridad, siguiendo los pasos de quien para él es el verdadero Prometeo, Hitler, defiende que los tres fundamentos de la política nacionalsocialista son "la fe, el amor y la esperanza".
Safranski sostiene que en el corazón del nazismo late una metafísica del mal para la cual el adjetivo "banal" resulta del todo incorrecta. Estoy de acuerdo.