Son las siete de la mañana cuando suena la alarma que programé anoche. La detengo y salgo de la cama. Mi primer instinto es desbloquear la pantalla de mi teléfono. Entonces, decido revisar mis redes sociales, llenas de mensajes como “No dejes escapar ni un segundo de este precioso día” o “Buenos días. Que tengas un día maravilloso”. Entonces me dirijo al metro para poder llegar al instituto. De camino veo a la misma gente que publicó los mensajes anteriores, con caras largas por las pocas ganas que tienen de ir a trabajar. Las calles, decoradas con carteles publicitarios, observan el mar de personas estresadas que caminan a estas horas por ellas. Entonces llego al andén, donde se escucha el sonido metálico de los raíles del metro, el tic-tac de los relojes y los pasos apresurados de las angustiadas personas. Todo se mueve, sin saber muy bien a donde.
Entonces subo al metro, y lo único que encuentro en este son personas con los ojos pegados a las pantallas. Entonces me llega un olor desagradable, juraría que huele a sueños olvidados. Este hedor se mezcla con el aroma de caros perfumes.
Después de este monótono trayecto, por fin llego al instituto. Aquí la popularidad se basa no en las personalidades, sinó en aquello que poseemos, ya sea un Iphone, o las últimas Nike de ciento veinte euros. Aquí si no sigues las modas te quedas atrás y puedes observar de lejos como según crecemos vamos asimilándonos más a esos hombres con los que me cruzo cada mañana. Aquí nuestras ambiciones pasan de ser deseos de poder hacer aquello que nos hace felices a querer triunfar, vencer y ganar dinero sin importar el precio.
Y después de horas encerrada en ese edificio por fin puedo irme a casa. Al llegar enciendo la televisión. Ese objeto que nos ha hecho creer a todos que algún día seriamos millonarios, actores famosos o estrellas del rock. Entonces acaba el programa que estaba viendo y empiezan a salir anuncios. Esos que nos hacen desear tener coches, ropa, tecnología de última generación y cientos de cosas mas que no necesitamos, pero que nos motivan a trabajar para poder seguir comprándolos.
Entonces vuelvo a mirar mis redes sociales y veo la foto de una chica con un vaso pequeño de Starbucks porque no le llega el dinero para pedir uno más grande, pero al ser tendencia no pudo resistirse a comprarlo. Sigo bajando y veo la foto de un compañero, vestido con las zapatillas Nike a juego con una sudadera de la misma marca.
Horas después vuelvo a la cama, programo la alarma y espero que otro día vuelva a empezar.
Esto me lleva a preguntarme hacia dónde se dirige nuestra sociedad. Basamos nuestra felicidad en cosas materiales. Nuestro objetivo se basa en obtener “me gustas” y visitas en las redes para poder ganar fama. Realizamos trabajos que no nos gustan para poder comprar carísimos productos que ni siquiera necesitamos.
Quizá si levantáramos la cabeza y viéramos más allá de las pantallas podríamos descubrir los problemas que esto está provocando.
El consumismo ha sobrepasado los límites y los consumidores nos refugiamos diciendo que es positivo ya que manifiesta el incremento de la renta de cada individuo y que ayuda a las sociedades a desarrollarse. Olvidándonos así de todas aquellas personas que no tienen dinero para poder consumir.
Y es que uno de los problemas que provoca el consumismo en nuestra sociedad es la distinción entre clases y la distribución de las riquezas. Es decir, el principal requisito para consumir es poseer dinero, si no tienes no puedes entrar en esta sociedad. En el caso de que tengas, el nivel de participación en el consumo dependerá de la cantidad que poseas. De esta forma, cuanto mas dinero tengas mas cantidad de productos y de mejor calidad podrás adquirir. Por lo tanto, los productos que compras determinan tu clase social.
Otra excusa que utilizamos los consumidores es que el consumo aumenta la calidad de vida de las personas. Esto no es mas que una mentira que nos han hecho creer. Y yo pregunto, ¿el consumismo mejora la calidad de vida ¿de quién?
¿De los países productores? Aquellos que fabrican los productos gracias a la barata mano de obra. Aquellos donde no se preocupan por la salud ni los derechos de los trabajadores, solo de la producción rápida y barata.
¿O de los países consumidores? Allí donde empiezan a haber problemas de superpoblación que provoca una crisis de recursos. Ya que cada vez utilizamos más energía para poder producir, provocando así la escasez de agua que afecta a países pobres que ni siquiera son participes de la sociedad de consumo.
En mi opinión, deberíamos ver más allá de la publicidad, las modas, los productos, las pantallas… y acabar con el consumismo desmesurado.
Esta en nuestras manos crear nuevos productos y promover nuevas prácticas que ayuden a crear una sociedad concienciada con estos problemas, que no consuma más recursos de los necesarios y que reduzca la huella ecológica que estamos dejando.
Considero que haciendo esto no solo mejoraríamos el ambiente en el que vivimos, sino que también nos ayudaría a disfrutar de la vida, ya que pasaríamos a dar más importancia al ser que al tener y esto nos haría mas felices.